Actualmente se sabe que más del 90% de las enfermedades son de causa multifactorial, es decir, que hay que abordar más de un foco para poder solucionar el problema. Es por ello que los científicos tenemos cada vez más claro que tener un gen u otro nos hace más susceptibles pero no por ello nos sentencia a padecer una determinada enfermedad. De ello depende cómo decidamos cuidarnos.
Durante los últimos años, los estudios genéticos se han puesto muy de moda con el fin de encontrar respuestas a los problemas de salud de la vida moderna. De esta forma, se ha intentado asociar una enfermedad a uno o varios genes. Por ejemplo, si no absorbes bien la vitamina B12, puedes hacerte un estudio genético con los genes implicados en el proceso y ver si el problema es de causa genética o no.
Sin embargo, quiero que te hagas una pregunta: ¿si durante años has estado bien, por qué ahora un gen que has tenido siempre, es el responsable de tu estado de salud?
¿Realmente vale la pena invertir miles de euros en análisis genéticos?
Para mí, los estudios genéticos pueden servir en ciertos casos. Por ejemplo, en personas que llevan desde que nacieron con algún problema, en test prenatales o bien a modo de curiosidad para saber por ejemplo, si tu hígado sabe metabolizar correctamente la cafeína.
A grandes rasgos y sin entrar en mucho detalle, podríamos decir que el ADN es el manual de instrucciones de la célula. Cada una de ellas, contiene los mismos genes aunque las funciones que haga tu hígado sean completamente diferentes a las de tus neuronas.
¿Y eso cómo es posible?
Resulta que quién decide qué genes expresar en cada una de nuestras células son las señales que se encuentran a su alrededor. Estas señales pueden ser químicas como las hormonas, eléctricas como el calcio o electromagnéticas como la luz del sol.
Todas ellas, son estímulos que usamos para poder entender en qué condiciones estamos viviendo y así adaptarnos a nuestro entorno. Esto sucede a través de las cascadas bioquímicas que desencadena cada estímulo con el objetivo de marcar nuestros genes de forma que unos se apaguen y otros se enciendan. Es lo que se conoce como epigenética.
¿Sabiendo todo esto, qué puedo hacer para recuperar mi salud?
Como puedes entrever, la forma en la que decidimos vivir es una herramienta clave para cuidar nuestra salud. Aunque cada uno de nosotros tengamos unos rasgos y contexto únicos que debemos abordar individualmente, hay 3 puntos clave que son esenciales para todos:
1. El ejercicio físico:
Una vida con movimiento es algo que nos ha caracterizado desde que nuestra especie apareció hará unos 2 millones de años. Los beneficios asociados son miles pero a modo de ejemplo, ejercitarnos nos va a permitir:
2. Disfrutar de la vida en exteriores:
Hoy en día vivimos más tiempo encerrados que al aire libre. Trabajamos en oficinas, hacemos ejercicio en gimnasios y descansamos en hogares que poco nos dejan disfrutar de la vida al aire libre.
Disfrutar de la naturaleza y el aire libre nos ayuda a:
3. Evitar tóxicos
Cada vez menos tenemos la oportunidad de respirar aire limpio, de comer comida sin aditivos ni pesticidas y de relacionarnos con los otros de una forma sincera y empática.
Los tóxicos ya sean químicos o sociales son estresores continuos que hacen que vivamos en una inflamación continua y en consecuencia, nos sintamos fatigados, desmotivados, con dolor y quizás con más peso del que nos gustaría.
Así que evitarlos en la medida de lo posible, por ejemplo dejando de lado los productos ultraprocesados y escogiendo alimentos de verdad, es una decisión que puede mejorar mucho nuestro bienestar.
A través de la Psiconeuroinmunología, podemos valorar cualquier desequilibrio teniendo en cuenta nuestra genética pero a la vez el contexto de nuestras vidas.
Podríamos decir que nuestra calidad de vida depende de cómo nuestro vaso esté de lleno, si la salud la midiéramos así:
Si genéticamente tengo un 50% de padecer alguna enfermedad y en mis hábitos no hago nada para cuidarme, al final ese vaso que estaba por la mitad, se irá llenando poco a poco hasta que rebose. Y ahí es cuando aparecen los síntomas.
Es por eso que con nuestras decisiones diarias tenemos más poder del que nos pensamos para conseguir el bienestar que deseamos.
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